lunes, 31 de diciembre de 2007

Fin de año


Findeaño, findeaño...¡Cuan efímero eres findeaño, que apenas duras lo que dura una sóla campanada del reloj!, aunque nos hayamos empeñados que dura doce. Las cosas que pueden suceder en un solo segundo... En tu caso, que desaparezcas. Nuestro caso es algo más complejo. A ver. A unos - muchos, incontables, diría yo - les gustaría estar en tu situación: ¡Plaff!, y desaparecer. A otros, perdurar. A mí ni lo sé, si te soy sincero. Como yo, muchos. El resto, saltar y brincar. Bueno, así fue como sucedió, chispa más, chispa menos, cuando tu antecesor desapareció. Parece, de verdad, que estemos deseando desembarazarnos de tí, con lo bueno que has sido con nosotros. Parece mentira cuando nos hemos estado viendo todos los días, cada día. Inseparables. Y ahora..., ¡que te vayas! La raza humana es desagradecida, comprobado. Mi gato no ve las cosas así. Todavía, a la fecha, nunca me ha preguntado si se me ha olvidado comprar las uvas. Para que tu veas. Pero eso sí, llegará el día que lo haga, si no al tiempo... ¡Ah!, perdón. Cómo puedo hablar del futuro a alguien que está a punto de desaparecer. Ciao y que sigas siendo bueno.
Joao de Lugano

sábado, 22 de diciembre de 2007

Conciencia clara, conciencia oscura



Cuando salimos sabíamos que todo el firmamento estaba a nuestro favor. La nave funcionaba adecuadamente. El tiempo era bueno y nuestros ánimos estaban en lo más alto. Al caer la noche, todas las estrellan nos saludaban tintineantes. Unas brillaban más que otras, las más lejanas. Una brillaba especialmente. Con colorines, dijo el pequeño. El rumbo era firme y directo hacia levante, mejor hacia oriente. Al subir iba desapareciendo de nuestra vista el suelo que hacía muy poco pisabamos. El ruido era zumbón, agradable y extraño. Pero así era. Poco a poco nos íbamos acostumbrando a estas sensaciones. Ninguno de nosotros nos atrevíamos a comunicarnos con los demás. Nadie dormía. La vela era silenciosa y espesa. No era el miedo lo que nos condicionaba. Nos dijeron muchas cosas sobre nuestro destino. Tantas que yo, al menos, me sentía confuso, sin saber que pensar acerca de que podíamos encontrarnos. La carga que portabamos en las bodegas de la nave era apropiada para nuestra raza, pero ¿sería bien recibida por los habitantes de nuestro punto de destino?. En el caso de que allí existiese alguien...
Nos posamos suavemente, sin estridencias. Cuando los motores se apagaron el silencio fué absoluto. Alguien, que había mirado por una de las escotillas una vez que la polvareda se disipó, avisó a los que estaban cerca. El paisaje que veían era espectacular. Multitud de postes de un material extraño culminados por no más extrañas piezas de color verde. Al fondo se percibía, se adivinaba, diría yo, una línea ancha de color gris con reflejos plateados.
Descendimos tropezando por la escala hasta tocar suelo. De pronto algo, de golpe y sin avisar, se presentó ante nosotros. Con un sonido ronco que salía de su interior, nos dijo algo, que más tarde supimos lo que quería decir: "Bienvenidos colegas, soy Sabina, Joaquín Sabina".
Joao de Lugano

jueves, 20 de diciembre de 2007

El Imperio (y sigue)

¡Cuántas victimas, cuánta sangre y cuánto dolor ha causado la cuestión de las fronteras! No tienen fin los cementerios donde yacen aquellos que murieron en el mundo defendiéndolas. Igual de infinitos son los cementerios de los osados que intentaron ampliar las suyas. Podríamos dar por sentado que la mitad de los que pasaron por nuestro planeta y murieron en el campo del honor exhalaron el último suspiro en batallas por una frontera.
(El Imperio, Ryszard Kapuscinski)

lunes, 17 de diciembre de 2007

Navidad, dulce Navidad


Estamos entrado en la navidad. Sin darnos cuenta y sin apenas haber tenido tiempo de cerrar la sombrilla de la playa. Convecido estoy que el ser (humano) necesita estos cambios de clima: físicos, meteorológicos y, especialmente, sociales. Aunque proteste. Aunque cada año, y todos los años, los alimentos (en estos días) le parezcan peores, más escasos y de mayor coste. Celebramos las fiestas como autómatas. Creo que las costumbres, las sociales, se han debido inocular de tal manera en nuestro organismo, que ya no se trata de hechos de naturaleza venidos de fuera - exógenos, diría otro -, sino que obedecen a mecanismos biológicos procedentes del interior. Eso sí, seguimos creyendo que no, qué ahora es así, porque así lo dice calendario. Porque ahora toca. Rasputín no tenía estos problemas, creo. De lo que sí estoy seguro es que ahora no los tiene. Afortunado él, que no tiene el deber de participar en las mesas de empresas (comidas, cenas y caraoques), convertidas en rutinarios rituales, porque así lo mandan las fechas. Que quereis que os diga más, que vosotros no sepais. ¡Bailad, malditos, bailad!, como refería la frase famosa.
Felices fiestas.

Joao de Lugano

jueves, 6 de diciembre de 2007

Hace tiempo que no escribo en mi querido blog. Las circunstancias de la vida, queridos. Excusas en realidad, ya que escribir aquí para mí es un placer. Porque lo hago para mí, en primer lugar, y, si tu lo lees, entonces doble satisfación. ¿Por qué escribir? El ser humano -¿lo somos?- necesita comunicar lo que hay en su interior. El primer trabajo es descubrir lo que hay dentro. A veces no se es consciente de tener algo. Siempre se tiene algo. Una pena puntual, aguda, ácida. Un secreto soportado durante casi toda una vida. Un gozo efímero. Algo, siempre hay algo. Escribir sobre ello es reconfortante. Hay que escribir para el otro. Para tu otro yo, ese que siempre está por encima de tí, de la percepción física que tienes de tí. Por eso, queridos, hoy he vuelto a escribir.
Ciao.

Joao de Lugano