sábado, 25 de agosto de 2007

Historias a la carta: 1ª entrega.

Primer día, primera noche.

Mi historia, esta historia, empieza en el mar. O al lado del mar. Todas las historias tristes que conozco han comenzado en el mar.

Alguien como yo era entonces, cuando la historia que voy a empezar a contar se inicia, podría no haber sido de esa manera, con lo que la historia habría sido otra. Seguro que no habría comenzado en el mar, porque seguro no habría sido una historia triste, al menos tan triste como la que sí fue. La de verdad, la que sí sucedió.

En aquel día de julio, y después de aterrizar en aquel feo aeropuerto, me sumergí en una espiral de sucesos vulgares y de difícil control, puesto que no era yo quien marcaba los tiempos. A una reunión absurda en la que estuve pero a la que no asistí en realidad, le siguió una copiosa y espesa comida regada con más vino y licor tan fuerte como el mismo diablo. Resultado, me encontré caminando por aquella playa, entre barcas deterioradas de pescadores pobres, con la chaqueta a la torera, la corbata desabrochada y con un tajón de aquí te quiero ver. Me costó trabajo llegar al hotel. Por ser el primer día, no estaba mal- supongo que pensó el de recepción. La siesta me duró cuatro horas. Me desperté abotargado, con dolores diferentes en todos los puntos de mi cerebro. El sake me llego fino y al fondo.

Tan despistado estaba que no supe que iba a hacer, ni donde estaba durante las siguientes dos horas. Me dormí de nuevo. A las siete sonó el teléfono. A las ocho un taxi me recogía en la puerta del hotel para volver de nuevo al lugar de la reunión del día anterior. Se trataba de una fábrica de puros fuera de la ciudad y de la que no me acordaba en absoluto haber estado allí. Y les juro que sí, que sí había estado.

Joao de Lugano.

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