miércoles, 28 de abril de 2010

Hace tiempo que no hablamos...

Hola, Joao. Hace ya algún tiempo que deseaba ponerme en contacto contigo, viejo camarada. Pero la vida, los achaques y, sobre todo... ¡las deudas!, no me dejan ni respirar. Además (como tu bien conoces), no se contentan los hechos a quedarse simplemente en su estado primario, sino que hacen aparecer a los malditos efectos colaterales que, ¡vive Dios!, te firmo ahora mismo que son los peores protagonistas de la historia.

Como que siempre me lío con el preámbulo hasta se me ha olvidado un poco para que te quería escribir. Pero solo un poco, créeme. Si me enrollo un poquito más, seguro que me viene a la memoria.

Tratando de recordar esto - que sigo sin recordar - sí se me ha venido a la memoria cuando tu y yo eramos golfos. Bueno, golfos no, eso sería demasiado fuerte. Pero divertidos, sí.

¿Te acuerdas cuando me ligué a una chica hablandole de vectores?. Tampoco estuvo mal cuando nos subíamos a los patios a reparar antenas. Para ganar un dinerillo veraniego, decíamos. O nuestra primera salida juvenil (del pueblo y del plato), con tren de tercera incluido. No me sentó tan mal la cerveza como pensó mi tía, la hermana de mi madre. A tí, sí.

Por el pueblo casi tan mal como siempre porque está peor que antes. No conozco apenas a nadie, hasta tal punto que me siento apátrida en mi propio terruño. ¡Yo que no quise irme de aquí por no perder las raíces!. Me equivoqué. Pero ahora me he equivocado de nuevo al regresar. ¿Para qué?

Bueno, pues sigo sin recordar que quería hablar contigo. Te voy a tener que escribir otra vez, viejo.

Hasta pronto, si me acuerdo.

Fuerza y salud.

Maison de Poitiers.
Maestro picapedrero (por decir algo parecido)